miércoles, 16 de julio de 2008

MARTHA BARDARO - Napalpí (Nosotros y los Otros)


Martha Bardaro
Masacre, genocidio, desarraigo, aniquilación cultural, civilización y barbarie, discriminación y racismo, muertes por desnutrición. La profesora Martha Bardaro* intenta, desde la filosofía, rastrear ideas y evocaciones que conlleva la palabra Napalpí.


Me propongo escribir este artículo y antes de empezarlo me pregunto ¿Qué ideas, emociones, datos, evoca en mí esta palabra?

Si buscamos su significado encontramos algo así: voz toba que significa lugar (o ciudad) de los muertos. Voz, no palabra. Pareciera que por ser qom no alcanza el estatuto de palabra, es sólo una voz. Hace tiempo, hablando con un miembro de la etnia qom, me explicaba que ellos son qom. Toba es el nombre que le dieron los blancos. La palabra era casi desconocida hasta por nosotros, los chaqueños, que habitamos la misma región que ellos. Comenzó a difundirse un poco más gracias al excelente documental producido por La Buena Gente y titulado precisamente QOM.

¿Qué más surge ante la palabra Napalpí? Inmediatamente se arma un torbellino en mi mente: masacre, genocidio, desarraigo, aniquilación de cultura, un dato aportado por Alcira Argumedo –Dra. en Sociología- en uno de los inolvidables Otoños Literarios: miles de años a.C. aborígenes latinoamericanos conocían y se manejaban con comodidad con la Teoría Heliocéntrica, que en la civilizada Europa aparece recién, tímidamente primero con el clérigo católico Copérnico (s.XVI) y completada luego por Galileo y Kepler (s.XVII), es decir, mil setecientos años d.C., desconocimiento de la identidad, civilización y barbarie, Melitona Enríquez, única sobreviviente de la masacre de Napalpí, discriminación y racismo, aborígenes, Osvaldo Bayer y su obstinada defensa de los mapuches, muertes por desnutrición en pleno siglo XXI en nuestro Chaco, explicaciones de funcionarios que dan vergüenza ajena, fusilamientos en Margarita Belén, masacre de Palomitas, de Fátima, …

DD.HH. ¿Dónde están, en qué abismo del olvido han caído?

Trato de aferrarme a alguno de estos temas para ver a dónde me lleva y si hay un hilo conductor entre todos ellos.

Creo que lo encuentro: Civilización y Barbarie, la clásica antinomia sarmientina Si bien es demasiado conocida, no está demás aclararla brevemente para llegar al punto sobre el que me interesa que reflexionemos. La Civilización estaba (está, porque la antinomia continúa vigente con otros matices) representada por el blanco ilustrado, que contempla, ansioso y admirado a EE.UU. y a Europa. La Barbarie es el indio, el gaucho, el criollo, no sólo argentino sino también paraguayo. Sarmiento no inventó esta antinomia, pero es tal vez quien la expresó más claramente. Podríamos hacer un rastreo histórico para tratar de encontrar de dónde arranca, pero no es el tema de este artículo. Propongo más bien que pensemos ¿Qué hay detrás de esta antinomia?

El Civilizado siente horror ante el Bárbaro ¿Por qué? Porque es diferente, porque siente, piensa, actúa diferente. Y lo diferente, más aún si es desconocido, nos causa horror y temor. Acá está, tal vez, la causa profunda de los racismos variopintos que encontramos por doquier. Pero no es cuestión de hablar de generalidades. Ubiquémonos aquí y ahora y preguntémonos: ¿Los argentinos somos racistas? ¿Y los chaqueños en particular? Si alguien llega a leer esto estoy segura que la respuesta que dará será un rotundo ¡NO!

Sin embargo, si nos metemos hacia adentro y escudriñamos los recovecos más ocultos de nuestro interior –sentires y pensares- y si somos sinceros con nosotros mismos, aunque no nos atrevamos a serlo con los otros, encontraremos en algún rincón de nuestro universo interior un rasgo de racismo, de rechazo hacia el otro-diferente.

Y como no es cuestión de ponerse a pontificar sobre lo que les ocurre a los demás y bonitamente dar por sentado que yo no soy así, continúo con una confesión, con algo que me ocurrió a mí y que me llenó de vergüenza, pero que a la vez me sirvió de lección.

Los que me conocen saben cuanto respeto, admiración y aprecio me merece la gente sencilla, humilde, semianalfabeta. A prendí a conocerlos en mi época de militancia socio-política en las villas del Gran Resistencia. Me impresionaron su pureza, su solidaridad. Compartí con ellos mateadas y charlas interminables sintiéndome como en mi casa. Cuando se produjo el fatídico golpe del ’76, no sólo a mí sino a un grupo de colegas nos aplicaron la llamada Ley de Prescindibilidad, elegante eufemismo para no decir no que nos echaban de nuestro trabajo en la UNNE sin pagarnos indemnizaciones. Pero ése es apenas un detalle comparado con las monstruosidades que cometieron los autollamados Reorganizadores de la Patria. Voy llegando a la confesión prometida. Trabajé en varios lugares haciendo cosas que no me gustaban o que no sabía y que tuve que aprender. Un día me harté de tener patrones y jefes. Porque en la docencia, que es lo mío, siempre consideré que mis únicos patrones y jueces eran mis alumnos. Pero en una empresa, sobre todo si es una sucursal cuya casa central está en Capital Federal, una está sometida a las arbitrariedades de los Civilizados porteños que vienen a enseñarnos a los Bárbaros chaqueños cómo hay que tratar al cliente pretendiendo imponer lo que llamaban estilo agresivo de venta, que en la práctica significa hacer que el cliente compre, le guste o no lo que compra. Tal vez eso pueda dar resultado en Bs.As. No sé y no lo creo, pero estoy segura que a los chaqueños, como a todo provinciano, le agrada tomarse su tiempo y elegir lo que necesita, sobre todo si se trata de una casa de modas cuya clientela estaba constituida en un 89 % de mujeres, y la mujer chaqueña sabe cómo quiere vestir. Estoy describiendo uno de los tantos elementos de mi hartura. Para hacerla corta, renuncié y puse un quiosquito, con todo lo que normalmente se encuentra en un quiosco que se precie de tal, pero me las arreglé para ubicar en el pequeño espacio dos anaqueles llenos de libros a los que alquilaba. Era muy grato ver la cantidad de lectores que venían a buscar libros a la vez que compraban cigarrillos o golosinas. Y cuando me los devolvían, surgía espontánea la conversación y el intercambio de ideas sobre lo que habían leído. Llego al punto que me interesa compartir: era la época de las inundaciones y la municipalidad había contratado abundante mano de obra para cuidar las defensas. La mayoría de los contratados pertenecía a la etnia qom. Mi quiosquito estaba ubicado al costado de la municipalidad, de modo que durante todos esos días hubo un ininterrumpido desfile de qoms que venían a comprar galletitas o gaseosas. Yo los atendía cordialmente sin darme cuenta que dentro mío algo se iba generando. Uno de esos días, alrededor de las 23, asoma por la ventana un rostro diferente. Era un estudiante universitario –vecino y cliente- con su carita blanca, sus cabellos castaños y suaves, la sonrisa a flor de piel. "-¡Ah, por fin uno de los míos!"- Eso fue lo que me dije mentalmente. Inmediatamente vino la autocrítica y la tremenda vergüenza que se siente cuando traicionamos a alguien a quien queremos. Yo sentí que había traicionado a quienes siempre había defendido: a los aborígenes y a los pobres. Fue una experiencia dolorosa pero aleccionadora.

Perdón por esta digresión tan personal pero el propósito que me llevó a contarla es que muchos de los que en su discurso dicen que no son racistas ni clasistas, muy dentro suyo son racistas potenciales.

Volvamos atrás: hablábamos del horror y terror que provoca el otro-diferente, y más aún si es desconocido, porque todo lo desconocido asusta. Ésta es una herencia que llevamos todos que proviene de nuestros antepasados más remotos, de nuestros primeros ancestros, de aquéllos mal llamados hombres de las cavernas, que en realidad vivieron primero y durante muchísimo tiempo en las llanuras hasta que descubrieron el fuego, que les permitió entibiar las heladas cavernas y ahuyentar de ellas a los animales salvajes que las tenían como refugio. Estoy hablando de aquellos hombres, antepasados nuestros, tanto de los Civilizados como de los Bárbaros que regían su vida y su conducta y que se orientaban en el mundo por el Mito y no por el Logos o Razón, que surge recién en la cultura griega. Para entrar en este tema hay que hacer una primera aclaración: en filosofía Mito no significa ni lo que se entiende por él en el lenguaje cotidiano ni lo que surgió a partir de los griegos.
En general cuando se habla de mito se lo asocia o bien con leyenda, con narración, cuyos personajes son dioses, semi-dioses, héroes. El ejemplo más acabado de esta interpretación es la mitología griega. O bien se habla por ejemplo, del mito de Gardel, de Eva Perón, del Che, de los Beatles… es decir, figuras que han impactado el imaginario popular y a los que se trata de imitar.

Nada que ver con el sentido que tiene en filosofía: mito es la manera más espontánea de ser y estar en el mundo. Es la fuerza que orienta la conducta y la vida de nuestros ancestros, así como el instinto es la fuerza que orienta la conducta animal. Esta fuerza orientadora sigue vigente hoy en nosotros, habitantes del s.XXI, por eso resulta importante conocerla. Una de las características de aquellos hombres, a quienes para simplificar la lectura llamaremos en adelante hombres míticos es el fuerte arraigo con su espacio, con el lugar que habitan. Ese espacio es sagrado porque ha sido domesticado por los ritos. En ese espacio sagrado que ha sido domesticado y que, por estar ordenado se llama COSMOS, vivimos NOSOTROS, nuestra tribu, nuestro clan, lo que nos conocemos. Más allá de ese cosmos conocido y domesticado está el espacio desconocido y por lo tanto atemorizante, no domesticado, desordenado, por lo que se llama CAOS y en el caos está los OTROS. ¿Quiénes son los otros? Los que son diferentes de nosotros. Nosotros somos los buenos, los bellos, los que tenemos la verdad. Los otros son malvados, feos y obviamente están equivocados. La única posibilidad de contacto entre Nosotros y los Otros es el enfrentamiento, la lucha, la agresión. ¿No se mantiene acaso esta característica en los habitantes del s. XXI? Nosotros los de River, los otros los de Boca; nosotros los porteños, los otros los del interior; nosotros los de tal partido político, o tal creencia religiosa, los otros los opositores o de creencias diferentes. Me queda muy poco espacio y no quiero terminar sin hacer referencia a un artículo que cayó en mis manos cuando comenzaba a balbucear estas reflexiones. Pertenece a la socióloga Silvia Kremenchutzky y se titula El color de la piel . Ella pone el acento en el enfrentamiento entre Nosotros: los rubios de piel blanca y ojos claros y los Otros, los morochos, de piel oscura y ojos negros. Hay un párrafo que a mi juicio no tiene desperdicio y que refleja una realidad que muchas veces me golpeó dolorosamente al escucharla y por eso lo transcribo textualmente: "La secuencia de asociaciones entre jóvenes, pobreza, delincuencia, drogadicción, alcoholismo, parece tener hoy más fuerza que nunca. Mientras se agita el fantasma de la inseguridad, toma cuerpo la profecía autocumplida. Si cuando un joven –un pobre, un "paragua", un "bolita", un cartonero, un limpiador de parabrisas nos mira, nosotros vemos un chorro y le devolvemos esta percepción, nuestra mirada alimenta su autoimagen y afianza su identidad en este rol". Yo me permito extender esta idea al tema que venimos tratando: Nosotros, los blancos; los Otros, los aborígenes. ¿Acaso no nos creemos superiores y los miramos con sentimientos que van desde el odio desnudo, pasando por el fastidio ante su presencia, hasta la indiferencia más absoluta que los hace invisibles?

Vuelvo a recordar las palabras de aquel joven aborigen que me dijo: "nosotros somos qom, los blancos nos llaman tobas". Lo decía serena y llanamente como quien se limita a señalar un hecho. Hasta el nombre les hemos quitado. Y el nombre marca la identidad. Desde aquel fatídico 12 de octubre de 1492 el otrora señor de estas tierras pasó a ser el oprimido, el dominado, el humillado. Sin mencionar los genocidios que sufrieron las diferentes etnias basta con recordar los sistemas de trabajo que se implementaron para explotarlo: la mita, la encomienda, el yanaconazgo. ¿Y hoy? Los bosques que constituían su hábitat natural han sido depredados y reemplazados por la soja que alimenta los bolsillos de los que menos necesitan. Nuestros hermanos aborígenes, esos Otros tan vilipendiados y etiquetados como haraganes, incultos, nos necesitan. Y nosotros también necesitamos de ellos: para que nos enseñen sus saberes ancestrales llenos de sabiduría, entre otros, el amor y el respeto hacia la Madre Tierra y el sentido de solidaridad que los blancos hemos reemplazado por la explotación de la naturaleza y por el individualismo más feroz.
*Martha Bardaro es profesora en Filosofía y Ciencias de la Educación. Ejerció la docencia en los niveles secundario, terciario y universitario. Fue militante social en los barrios marginados del gran Resistencia, tarea que marcó profunda influencia en su quehacer filosófico. A causa de esa actividad fue prescindida en 1976 y reincorporada luego del retorno de la democracia.

Es autora de los libros "¿Qué es la Antropología Filosófica? Introducción a una filosofía de lo cotidiano", "Las coplas de Meloni nos enseñan a filosofar" y "Desde lejos ... Hasta hoy - Filosofía de lo cotidiano II." Además escribió el ensayo Filosofía y Poesía en Eduardo Fracchia. Una mirada filosófica de las Antipoesías (inédito) y numerosos artículos publicados en revistas especializadas de Resistencia, Bs.As., La Plata, Méjico y Chile.

BRUNO CARPINETTI - ¿Quiénes son los indígenas?


Bruno Carpinetti

El biólogo Bruno Carpinetti*, brindó este mes una charla en la ciudad de Barranqueras, en la que analiza cómo el indígena, en tanto sujeto social, llega a recibir de parte del Estado una serie de derechos extraordinarios que no le son comunes al resto de la sociedad, los llamados "derechos de ciudadanía diferencial”. Partiendo de esta sencilla pregunta (¿quiénes son los indígenas?) analiza las diversas teorías que pretenden caracterizarlos.


Para abordar estos temas, tenemos que estudiar la historia nacional, para ver cómo llegamos a construir un determinado sujeto social -un grupo humano, sector de la sociedad- que, a partir de la reforma de la Constitución de 1994, termina recibiendo de parte del estado un reconocimiento de derechos especiales, los que algunos sociólogos han dado en llamar “derechos de ciudadanía diferencial”.

A este sector, a este “recorte de la población”, no sólo lo asisten los derechos que nos asisten a todos los argentinos (derechos universales), sino que ese tiene de parte del Estado y ante el conjunto de la sociedad una serie de derechos extraordinarios, que no le son comunes al resto de la sociedad.

La primera pregunta que deberíamos responder es ¿quiénes son los indígenas? Es decir, si partimos de la base de que hay un marco de derechos especiales, lo que tenemos que tratar de hacer es definir, “recortar” quiénes son sujetos de este marco especial del derecho. Porque aunque parezca una verdad de Perogrullo, no es tan fácil definir quiénes son los indígenas.

Podemos apelar a definiciones académicas o a definiciones que se han dado en llamar “funcionales”, hechas para definir las políticas de Estado y el sector adonde se van a direccionar, por lo general, algunas políticas asistencialistas. Pero no resulta tan sencillo. De hecho, la legislación argentina parte de algunas premisas singulares como la del auto-reconocimiento.

Otros países de América, como los Estados Unidos, requieren de la población para ser reconocidos, para adscribirse en este marco del derecho especial, indicadores biológicos, algo que para nosotros puede resultar un abordaje anacrónico. En EEUU se requiere un determinado porcentaje de sangre indígena para poder acceder a ese marco especial de derechos. Aquí se hizo recientemente un trabajo muy interesante a cargo de algunos científicos de la Universidad de Buenos Aires y del CONICET. Durante 10 años se dedicaron a tomar muestras, en cierto modo para empezar a desterrar algunos conceptos muy arraigados en nuestra población, como el mito de la argentina monocultural, el mito de la argentina europea. Se tomaron 10.000 muestras de sangre en hospitales públicos, y buscaron un marcador genético, una huella genética que solo está presente en la población precolombina. Cuando rastrearon estos marcadores se encontraron con que el 56% de la muestra estudiada tenía presente alguno de ellos. O sea que en el 56 % de la población nacional hay sangre indígena.

Esto nos abre un interrogante con respecto a cómo se construye la identidad social de los argentinos y cómo mediante ciertos procesos fuimos conformando estas subjetividades. Los biólogos en este caso muestran que nada de eso es verdad.

Comento esto solo a título anecdótico, porque en Argentina no se usan indicadores ni biológicos ni raciales para definir quién es sujeto de este marco especial de derecho.

Otro de los criterios que se usaba, por ejemplo en los censos de nuestro tan vapuleado Indec, era el lingüístico. Indígena era aquel que hablaba una lengua distinta del Español. Esto es claramente insuficiente y se da la paradoja, en el caso de Argentina, de que no todos los indígenas hablan lenguas distintas del Español y de que no todas las lenguas distintas del Español son habladas por indígenas. De hecho en provincias como Santiago del Estero hay una población quechua-parlante muy importante y no se encuentra un solo santiagueño que se defina indígena, o sea es la lengua de los campesinos criollos. El Quechua santiagueño está muy emparentado con el quechua que se habla en el Perú.

Lo mismo sucede en Corrientes: el Guaraní es un idioma utilizado en el medio rural y nadie se define por ello indígena.

Como vemos ése es un criterio cuanto menos insuficiente, y no nos alcanza para definir un colectivo social que sea sujeto de estos derechos.

Después están los criterios culturales, los que se aplican aquí en Argentina. Es una definición autorreferencial, que sin embargo tampoco alcanza a recortar ese universo, porque las representaciones dicen que pueblos indígenas son aquellos que presentan rasgos culturales previos a la conquista. Y ese recorte no alcanza a explicar los profundos sincretismos culturales que existen desde siempre en toda América Latina.

También mencioné los intentos de dar definiciones funcionales. La mayoría de ellas tratan al indígena como a un pobre rural, como a alguien que está en condiciones socioeconómicas bajas de la sociedad. Y eso es lo que lo define básicamente. Si bien ha sido útil, lejos está de explicar la realidad.

En definitiva, vemos que siempre hay alguno de todos esos elementos, pero no alcanzan para explicar por qué un toba está metido bajo el mismo concepto que un maya, cuando entre sí tienen tanto en común como nosotros con un búlgaro. Y entonces es cuando considero que hace falta bucear un poco en la historia nacional para explicar cuáles son los elementos que definen lo indígena.

Personalmente creo que el concepto de indígena está dado por el carácter de la situación colonial. La palabra indígena (en términos históricos) es homologable a la palabra colonizado. Básicamente sólo existe el indígena como emergente de la situación colonial. Existe un indígena porque existe un colonizador. Expresión de una clara situación de dominación cuando seguimos tratando de comprender la historia, vemos que la situación colonial no se termina cuando se termina la colonia. El proceso independentista no rompe las estructuras sociales de la sociedad.

El advenimiento del Estado independiente no representa un cambio en la situación de los indígenas. De hecho, ante la emergencia del Estado nacional, se plantea la necesidad de incorporar territorios y mano de obra al desarrollo de ese nuevo Estado, y se apela a los territorios indígenas y a los propios indígenas como mano de obra barata. Recordemos la Campaña al Desierto.

A fines del siglo XIX se había conformado una homogenización cultural entre los diferentes grupos, e incluso se había configurado una confederación en términos políticos que combatió desde el Estado al indígena de manera orgánica. Recordemos la Campaña al Desierto: esa denominación también responde claramente a la necesidad de empezar a construir en el imaginario colectivo la desertificación de esas tierras, porque una tierra desierta puede ser apropiada, privatizada, ya que los recursos no son de nadie. No pretendo tener una visión esencialista del tema. Los procesos históricos deben ser comprendidos en su contexto. Pero claramente los motores de esos procesos eran puramente económicos, respondían a los intereses políticos de la época, tenían que ver con un proyecto político que estaba en marcha: el de la generación del ‘80 con su proyecto liberal de configuración de la Argentina como nación homogenizada culturalmente. Y de eso no podemos tener una visión inocente.

Entonces, producto de todos estos procesos históricos, y a pesar de esas tensiones, de los distintos tratamientos para abordar la cuestión indígena, es que se plasma la Constitución de 1853. El mandato de la Constitución referido al aborigen, era: “El Estado debe pacificar a los indígenas y convertirlos al catolicismo”. Ése era el único precepto que existía. Luego llegamos a la Reforma del ‘94. Ésta plantea cuestiones interesantes. Por supuesto que no se llegó de un momento a otro; hubo en el medio un camino de largas luchas, con todo un proceso de organización indígena en pos del reconocimiento de sus derechos y de un abordaje especial de la cuestión del indígena. Con la Reforma del ‘94 se incorporan algunos cambios que hasta el día de hoy han pasado desapercibidos en términos prácticos, porque en la práctica ha habido muy pocos logros. En el terreno de lo jurídico no fue menor este cambio. Y hoy en día a partir de la Reforma, también hay leyes específicas que asisten a estos pueblos.

El reconocimiento más importante es el de la preexistencia étnica. El artículo 75 inc. 17 de la Constitución Nacional se inicia diciendo que se reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Esto quiere decir que hasta la Reforma de la Constitución del ‘94, el derecho a la tierra, el derecho al ejercicio pleno de su cultura, el derecho de los recursos naturales, etc., estaba sólo amparado por el derecho universal que nos ampara a todos los argentinos. A partir de la Reforma se produce un cambio en este aspecto, por lo menos desde lo formal.

Por otro lado, el artículo 75 inc. 16 reconoce el derecho a la apropiación colectiva de la tierra. Esto no existe en ningún otro régimen en nuestro país, lo que plantea algunas contradicciones, puesto que nuestro derecho está basado en el derecho de los individuos, el derecho romano. El artículo 75 incorpora a nuestro corpus jurídico una corriente del derecho que no estaba antes reconocida y desarrollada, que es el derecho colectivo.

Asimismo lo incorpora con la cuestión ambiental, que es más difusa pero que también es parte del derecho colectivo, en el artículo 40, donde se reconoce el derecho que todos los argentinos tenemos a ocupar y gozar de un medio ambiente sano. Aquí empezamos a esbozar las razones por las que los ambientalistas nos encontramos en este camino militante con algunas de las organizaciones indígenas.

En el ámbito de los ambientalistas también hay discusiones que tienen que ver con interrogantes tales como: ¿los indígenas conservan o no conservan el medio ambiente? ¿Se manejan de manera armónica con la naturaleza? Un indígena que se relaciona armónicamente con su medio, ¿existe, es real, o las reglas del mercado también lo invaden?

El déficit de este tipo de discusiones, se da en el hecho de que quedan en el plano netamente académico y no se enmarcan en los procesos políticos que se están viviendo en los últimos 30 años en toda América latina, procesos que tienen que ver con la marcada liberalización de nuestra economía.

Cuando el estado comienza a desaparecer de la vida pública y se retira como gran ordenador de la vida social, entran en juego otras fuerzas, que terminan ordenando la vida social y económica de la vida rural. Aparecen las grandes multinacionales del campo. Y paradójicamente se da el hecho de que los ambientalistas, que históricamente veíamos al hombre como un peligro para la naturaleza, empezamos a comprender que sólo podíamos conservar espacios verdes donde hubiera gente que pusiera el cuerpo en la defensa de este ambiente. Donde no hubo gente, entraron los pools de siembra, se privatizó la tierra, básicamente porque el peso de los ambientalistas estaba en los medios urbanos. En general sólo se logra evitar estas transformaciones brutales del medio ambiente donde hay aliados. Y es ahí donde nos encontramos con muchas organizaciones indígenas, que no soportan modificaciones estructurales profundas del medio ambiente porque lo necesitan para el desarrollo de su cultura.

Hoy en día muchas organizaciones indígenas se encuentran hombro con hombro en la empresa de salvar recursos naturales.

Debemos reflexionar sobre esto, y ver cómo impacta aquí en el Chaco.






* Bruno Carpinetti es biólogo y actualmente se desempeña como consultor de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación). Ha sido Director Nacional de Parques Nacionales y Sub-Secretario de Medio Ambiente de la Nación.

lunes, 14 de julio de 2008

RESEÑA - "NTONAXAC. Danza en el viento"



Por Luis Argañarás

Con frecuencia, se afirma que la poesía es "hermana" del mito; o, por lo menos, su pariente más próximo. Quizás por esa cercanía, N'TONAXAC, DANZA EN EL VIENTO, el ensayo escrito por la poeta, narradora y antropóloga Elizabeth Bergallo, se presenta ante nuestros ojos y oídos con destellos y resonancias propios de la palabra poética.


La poesía implica una manera de instalarse en el mundo, de observarlo y de vivirlo. También es la forma expresiva de esa cosmovisión. Es la búsqueda del lenguaje forjador, de la profundidad de la sencillez. El lenguaje más propicio, la forma más adecuada a la hondura del contenido de este libro, a la difícil tarea de adentrarnos en ese universo desplegado a través de distintos relatos, testimonios y textos.

Tarea nada fácil, decimos, por el desafío de librarnos, o al menos colocarlos entre paréntesis, de los paradigmas de la conciencia lógica de la cultura occidental, para indagar los de la conciencia mítica.

Para aquélla, el mito es relato fantástico, leyenda, fabulación, ficción, imaginario colectivo y su expresión literaria. Para ésta, el mito es estructura vital y vivencial; es también palabra potente, eficaz y efectiva. Y el rito, el ritual, es su actualización, su puesta en escena.

"Memoria y resistencia qom" es el subtítulo, y le sienta bien. Lo que es en la conciencia lógica recuerdo, metáfora, pasividad y reconstrucción del pasado, en la conciencia mítica se vuelve actualidad, realidad, actividad y dinamismo del presente.


La mirada de Elizabeth es profunda e intensa y, vuelta palabra, nos insta desde esas páginas esenciales a leer y seguir leyendo el gran palimpsesto de la naturaleza.