El Chino Niveiro con Ata la Quimbamba
(Por Mario Caparra) En esta entrevista, el músico Adrián “Chino” Niveiro* reflexiona sobre la existencia de dos concepciones claramente diferenciadas en el ejercicio de la música y el arte en general: una concepción espiritual y vinculada a las prácticas rituales que comparten los pueblos originarios, y la que conoce el criollo. A partir de esta escisión reseña algunos mecanismos silenciosos de coacción y censura vigentes en el Chaco del siglo XXI y el rol del Estado y la sociedad ante la amenaza de extinción cultural.
Conocí al Chino Niveiro en la Plaza 25 de Mayo, un par de años atrás. Era un modesto pero bellísimo recital de canciones del folcklorero latinoamericano. La gente se amontonaba. En un intermezzo el Chino había levantado su voz en defensa de los derechos del coro Chelalaapi. No recuerdo con precisión de qué se trataba el reclamo. Recuerdo, eso sí, que me acerqué a felicitarlo al terminar la música, por el nivel emotivo que había logrado a imprimirle al recital y le pregunté cómo se llamaba la banda. La banda se llamaba “Konnangai”, pero...
Conocí al Chino Niveiro en la Plaza 25 de Mayo, un par de años atrás. Era un modesto pero bellísimo recital de canciones del folcklorero latinoamericano. La gente se amontonaba. En un intermezzo el Chino había levantado su voz en defensa de los derechos del coro Chelalaapi. No recuerdo con precisión de qué se trataba el reclamo. Recuerdo, eso sí, que me acerqué a felicitarlo al terminar la música, por el nivel emotivo que había logrado a imprimirle al recital y le pregunté cómo se llamaba la banda. La banda se llamaba “Konnangai”, pero...
¿Qué significa “Konnangai”?
“Los Qom creen en dos tipos de ‘brujos’: El piogonak es el brujo bueno, el chamán, el que te cura; el konnangai es el brujo malo, jodido. Uno escucha el nombre y se caga de risa. Pero para ellos es fuerte, porque el brujo malo es como la bruja en nuestra cultura, te hace una hechicería y te va a hacer mal. Nuestra idea era ser los brujos malos de la anterior gestión de cultura. Queríamos ser los brujos malos que iban a desenmascarar a todos.”
Después volví a cruzarlo, en reiteradas ocasiones. En el Centro Cultural Leopoldo Marechal, donde ensayaba el coro; acompañando la presentación de un documental sobre Napalpí y en muchos otros recitales, donde Gregorio Segundo lo acompañaba con su violín. Son demasiados datos para configurar una casualidad: el Chino está siempre relacionado con el coro y con su problemática.
“Los Qom creen en dos tipos de ‘brujos’: El piogonak es el brujo bueno, el chamán, el que te cura; el konnangai es el brujo malo, jodido. Uno escucha el nombre y se caga de risa. Pero para ellos es fuerte, porque el brujo malo es como la bruja en nuestra cultura, te hace una hechicería y te va a hacer mal. Nuestra idea era ser los brujos malos de la anterior gestión de cultura. Queríamos ser los brujos malos que iban a desenmascarar a todos.”
Después volví a cruzarlo, en reiteradas ocasiones. En el Centro Cultural Leopoldo Marechal, donde ensayaba el coro; acompañando la presentación de un documental sobre Napalpí y en muchos otros recitales, donde Gregorio Segundo lo acompañaba con su violín. Son demasiados datos para configurar una casualidad: el Chino está siempre relacionado con el coro y con su problemática.
¿Por qué esas elecciones?
“No sé si es una elección. En el 97 lo conocí a Gregorio Segundo, que era el director del coro Chelalaapi. Todo nació así. Lo conocí a él y conocí a su violín y fue como el amor: te atrapa y no sabés por qué. Gregorio toca el violín sin conocer qué nota está haciendo. Te dice que tal melodía, es el pajarito de la primavera. Adapta el violín al canto del pájaro. Y escuchás la melodía y escuchás al pájaro, y es bellísimo.”
Esa forma de concebir la música, tan ajena a los formatos convencionales ¿es reductible a nuestra propia concepción de la música? ¿Enriqueció tu propia producción musical?
“A mí me rompió todas las estructuras musicales. Yo compongo un tema y tiene un principio un final y un tiempo, una métrica. Cuando yo quise acompañar la música de Gregorio le propuse poner guitarra y charango en su melodía. Y ahí es cuando se rompe toda la estructura musical. Después la unión prosperó y tocamos muchas veces. Tocamos en Córdoba en Bolivia. La música se mestizó y nunca supe por qué. Nunca le buscamos explicación.”
Sin embargo la música y las danzas autóctonas, como me las enseñaron en la escuela, están íntimamente asociadas a distintos tipos de rituales. Hoy es posible, por ejemplo, escuchar al Coro en el Guido Miranda.
“Es una cuestión cultural. En el contexto actual es así. No sé si para ellos es tan así. Hoy por hoy estamos acostumbrados a escuchar al coro pagando una entrada. Pero muchas de las canciones son rituales. El tema ‘Cañaveral’ lo hacía el abuelo de Gregorio en medio del campo. Quizás pueda decirse que ellos se adaptaron. Pueden cantar en un Guido, pero también podés ir a su casa y compartir con ellos mucho más que música.”
“Yo, por mi parte, no me considero un artista. Yo rescato de la música su dimensión espiritual, que es algo que aprendí con ellos. No hago música para llenarme de guita sino para llenarme yo. Tocar me hace sentir bien, me llena en lo espiritual. El primer público que tenés, sos vos. Si lo que oís en los ensayos no te convence a vos, menos va a convencer a los otros. Si no hay un disfrute ¿a qué salís a tocar? La música indígena tiene casi estrictamente esa dimensión. Para ellos la música es algo tan cotidiano como para nosotros mirar televisión.”
El Chino responde con firmeza y, para ilustrar la idea, relata, emocionado, la ocasión en que Zunilda, la abuela del Coro, le obsequió una canción.
“La abuela me dijo ‘esta canción me la bajó el Lucero’. El Lucero es la estrella más brillante, que sale a las 3 de la mañana. ‘Eran las tres y no pude dormir más.’ Se levantó a las 3 de la mañana, fue al patio y soñó que el Lucero vestido de mujer con un pelo larguísimo le iba cantando la canción. Y ella está convencida de que la canción no le pertenece. Se la bajó el Lucero.”
Sin embargo, ahora se volvió una moda reivindicar la cultura y los derechos del aborigen. La música del coro ¿vale por su valor musical o vale por el sólo hecho de ser Qom?
“Uno con su música vibra. Yo no sé si toda la música indígena es buena. Yo puedo escuchar un tema indígena que no me dice nada. Lo que a mí me pasó fue que cuando los escuché, yo vibré. Hubo algo adentro que me tocó. Yo no lo elijo, pero me gusta. Su música fue buena para mí. Quizás para otros no.”
“Yo lo escucho a Gregorio y me lleva al monte, me traslada a otros tiempos. Me lleva a un tiempo en que sus instrumentos fueron prohibidos, sus cantos prohibidos, sus danzas prohibidas.”
¿Considerás, entonces, que existe ese legado, esa herencia cultural?
“Existen herederos de la cultura. Existe también una ley provincial por la que el Estado se compromete a financiar un coro. Supuestamente ese coro ya estaba en marcha, pero los pibes venían desganados, con hambre. No comían hace tres días y los querían hacer cantar.”
“Es decir, transmisión hay todavía. La abuela enseña a sus nietos. Pero, por ejemplo, el hijo de Gregorio tiene 20 años y vivió todo lo que vivió el padre. Vivió cómo se utilizaba al padre. Para Cultura ellos son objetos, una artesanía más. Entonces, los hijos que vieron y vivenciaron todo eso, se resisten. Y los mismos padres les dicen: tenés que ser lo más criollo posible.”
“Muchos no saben siquiera sus danzas. Bailan chacareras y zambas vestidos de gauchos, que está bárbaro. Pero se resisten a sus danzas, se ríen de sus danzas. Entonces los padres no transmiten esa cultura por temor. Para que no vivan lo que vivieron ellos. Esto es fuertísimo. Es muy fuerte. Yo sé que los pibes conocen los instrumentos, conocen algo que los padres le han hablado. Pero lo niegan ante el temor de que otros se rían.”
¿Qué creés que se puede hacer, desde el Estado, para frenar esta censura silenciosa, para que este bagaje cultural no se fosilice?
“Para que la cultura no muera hace falta menos del Estado que de la sociedad en su conjunto. Lo interesantes sería plantear un debate de igual a igual con los protagonistas.”
“Hoy por hoy es un cliché invitar, por ejemplo, a Gregorio a tocar por el solo hecho de decir ‘un aborigen va a tocar conmigo.’ Pero lo ideal sería el diálogo, el consenso. Decirle ‘quiero tocar con vos, vos ¿querés tocar conmigo? ¿Te gustaría que toquemos juntos?’”
Si la sociedad tuviera esa predisposición ¿vos creés que ellos se sumarían?
“Definitivamente. A mí no me conocían. Las dos abuelas me regalaron, precisamente hoy, el sol y la familia” dice el Chino al tiempo que exhibe orgulloso dos collares con sendas imágenes.
“La relación que siempre tuvimos fue de igual a igual. Ellos ponían lo que tenían, yo llevaba algo más y comíamos juntos. Era una comunión. No había una frontera entre el indio y el criollo. Para mí no son, nunca fueron, ‘mis amigos los indios’. Eran mi amigo Gregorio y mi amiga la Zuni.”
* Adrián Niveiro: ex vocalista y primera guitarra de la banda Konnangay Pi (Los brujos). Actualmente integra, junto con 5 compañeros, la banda de folcklore latinoamericano “Ata la quimbamba” que significa, en africano arcaico: “tocar hasta no dar más”.
“No sé si es una elección. En el 97 lo conocí a Gregorio Segundo, que era el director del coro Chelalaapi. Todo nació así. Lo conocí a él y conocí a su violín y fue como el amor: te atrapa y no sabés por qué. Gregorio toca el violín sin conocer qué nota está haciendo. Te dice que tal melodía, es el pajarito de la primavera. Adapta el violín al canto del pájaro. Y escuchás la melodía y escuchás al pájaro, y es bellísimo.”
Esa forma de concebir la música, tan ajena a los formatos convencionales ¿es reductible a nuestra propia concepción de la música? ¿Enriqueció tu propia producción musical?
“A mí me rompió todas las estructuras musicales. Yo compongo un tema y tiene un principio un final y un tiempo, una métrica. Cuando yo quise acompañar la música de Gregorio le propuse poner guitarra y charango en su melodía. Y ahí es cuando se rompe toda la estructura musical. Después la unión prosperó y tocamos muchas veces. Tocamos en Córdoba en Bolivia. La música se mestizó y nunca supe por qué. Nunca le buscamos explicación.”
Sin embargo la música y las danzas autóctonas, como me las enseñaron en la escuela, están íntimamente asociadas a distintos tipos de rituales. Hoy es posible, por ejemplo, escuchar al Coro en el Guido Miranda.
“Es una cuestión cultural. En el contexto actual es así. No sé si para ellos es tan así. Hoy por hoy estamos acostumbrados a escuchar al coro pagando una entrada. Pero muchas de las canciones son rituales. El tema ‘Cañaveral’ lo hacía el abuelo de Gregorio en medio del campo. Quizás pueda decirse que ellos se adaptaron. Pueden cantar en un Guido, pero también podés ir a su casa y compartir con ellos mucho más que música.”
“Yo, por mi parte, no me considero un artista. Yo rescato de la música su dimensión espiritual, que es algo que aprendí con ellos. No hago música para llenarme de guita sino para llenarme yo. Tocar me hace sentir bien, me llena en lo espiritual. El primer público que tenés, sos vos. Si lo que oís en los ensayos no te convence a vos, menos va a convencer a los otros. Si no hay un disfrute ¿a qué salís a tocar? La música indígena tiene casi estrictamente esa dimensión. Para ellos la música es algo tan cotidiano como para nosotros mirar televisión.”
El Chino responde con firmeza y, para ilustrar la idea, relata, emocionado, la ocasión en que Zunilda, la abuela del Coro, le obsequió una canción.
“La abuela me dijo ‘esta canción me la bajó el Lucero’. El Lucero es la estrella más brillante, que sale a las 3 de la mañana. ‘Eran las tres y no pude dormir más.’ Se levantó a las 3 de la mañana, fue al patio y soñó que el Lucero vestido de mujer con un pelo larguísimo le iba cantando la canción. Y ella está convencida de que la canción no le pertenece. Se la bajó el Lucero.”
Sin embargo, ahora se volvió una moda reivindicar la cultura y los derechos del aborigen. La música del coro ¿vale por su valor musical o vale por el sólo hecho de ser Qom?
“Uno con su música vibra. Yo no sé si toda la música indígena es buena. Yo puedo escuchar un tema indígena que no me dice nada. Lo que a mí me pasó fue que cuando los escuché, yo vibré. Hubo algo adentro que me tocó. Yo no lo elijo, pero me gusta. Su música fue buena para mí. Quizás para otros no.”
“Yo lo escucho a Gregorio y me lleva al monte, me traslada a otros tiempos. Me lleva a un tiempo en que sus instrumentos fueron prohibidos, sus cantos prohibidos, sus danzas prohibidas.”
¿Considerás, entonces, que existe ese legado, esa herencia cultural?
“Existen herederos de la cultura. Existe también una ley provincial por la que el Estado se compromete a financiar un coro. Supuestamente ese coro ya estaba en marcha, pero los pibes venían desganados, con hambre. No comían hace tres días y los querían hacer cantar.”
“Es decir, transmisión hay todavía. La abuela enseña a sus nietos. Pero, por ejemplo, el hijo de Gregorio tiene 20 años y vivió todo lo que vivió el padre. Vivió cómo se utilizaba al padre. Para Cultura ellos son objetos, una artesanía más. Entonces, los hijos que vieron y vivenciaron todo eso, se resisten. Y los mismos padres les dicen: tenés que ser lo más criollo posible.”
“Muchos no saben siquiera sus danzas. Bailan chacareras y zambas vestidos de gauchos, que está bárbaro. Pero se resisten a sus danzas, se ríen de sus danzas. Entonces los padres no transmiten esa cultura por temor. Para que no vivan lo que vivieron ellos. Esto es fuertísimo. Es muy fuerte. Yo sé que los pibes conocen los instrumentos, conocen algo que los padres le han hablado. Pero lo niegan ante el temor de que otros se rían.”
¿Qué creés que se puede hacer, desde el Estado, para frenar esta censura silenciosa, para que este bagaje cultural no se fosilice?
“Para que la cultura no muera hace falta menos del Estado que de la sociedad en su conjunto. Lo interesantes sería plantear un debate de igual a igual con los protagonistas.”
“Hoy por hoy es un cliché invitar, por ejemplo, a Gregorio a tocar por el solo hecho de decir ‘un aborigen va a tocar conmigo.’ Pero lo ideal sería el diálogo, el consenso. Decirle ‘quiero tocar con vos, vos ¿querés tocar conmigo? ¿Te gustaría que toquemos juntos?’”
Si la sociedad tuviera esa predisposición ¿vos creés que ellos se sumarían?
“Definitivamente. A mí no me conocían. Las dos abuelas me regalaron, precisamente hoy, el sol y la familia” dice el Chino al tiempo que exhibe orgulloso dos collares con sendas imágenes.
“La relación que siempre tuvimos fue de igual a igual. Ellos ponían lo que tenían, yo llevaba algo más y comíamos juntos. Era una comunión. No había una frontera entre el indio y el criollo. Para mí no son, nunca fueron, ‘mis amigos los indios’. Eran mi amigo Gregorio y mi amiga la Zuni.”
* Adrián Niveiro: ex vocalista y primera guitarra de la banda Konnangay Pi (Los brujos). Actualmente integra, junto con 5 compañeros, la banda de folcklore latinoamericano “Ata la quimbamba” que significa, en africano arcaico: “tocar hasta no dar más”.
2 comentarios:
“Para que la cultura no muera hace falta menos del Estado que de la sociedad en su conjunto" me gustó mucho esa frase y creo que da lugar a que la analizemos todos. Un abrazo luca sargenti alumno del colegio nacional
Me llegó mucho la nota ya que conozco bastante del tema. Hace unos años tuve que hacer un trabajo sobre las comunidades de la región, y por eso más que un trabajo superficial, fui a conocer todos los sitios donde la comunidad Qom trabaja y refleja su cultura. Estuve con el señor Charole, que me habló de la situación de abandono actual que padece la comunidad Qom, la discriminación en la que se ven envueltos, ya que para el blanco ellos siempre serán inferiores, sin poder entender que no se trata de semejar una cultura con la otra sino de comprender que son muy ditintas y que ninguna tiene por qué ser menos que la otra.
También estuve en los ensayos del coro Chelaalapi y Zuni nos comentaba que sus hijos ya no quieren mantener sus costumbres y cantos y ellos lamentan, con mucha tristeza, que tal vez termine la música de sus ancestros en ellos.
Tenemos una idea errónea y totalmente discriminativa del acercamiento que podemos llegar a tener con la comunidad, ya que ellos son sumamente cálidos y abiertos a todos los que tengan intenciones de conocer a los verdaders dueños de estas tierras,sòlo piden ser tratados con respeto.
Tal vez cuando entendamos que todos los argentinos tenemos sangre indígena de alguna u otra manera, ya no veremos al coro como una rareza, sino como un gusto que quizás dentro de un tiempo ya no se pueda disfrutar. Tami Levinson.
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